El derrumbe de los mercados financieros de Wall Street en septiembre del 2008 y la velocidad con que se propaga la crisis, afectando la economía real norteamericana y la de los países del Norte, indican que no estamos simplemente ante un problema financiero o económico. Enfrentamos un punto de inflexión histórica; un cambio de época donde la complejidad de los factores que confluyen en su estallido, plantea opciones civilizatorias. La magnitud de los acontecimientos marca la necesidad de formular una mirada de largo plazo, con el objetivo de desentrañar la conjunción de procesos que se irían vertebrando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; y actualmente culminan con un escenario internacional que en seis décadas exhibe giros históricos de grandes dimensiones.
La crisis de fines del siglo XIX
La presente debacle tiene puntos de similitud con la crisis de sobreproducción de las potencias capitalistas centrales, entre 1873 y 1895, con algunos años intermedios de tenue recuperación. El acelerado crecimiento industrial de Alemania, Estados Unidos y Japón, comienza a disputar el poder hegemónico y los mercados a los imperios coloniales hasta entonces predominantes: Inglaterra y en menor medida Francia. De este modo, la razón principal se encuentra en el paulatino cambio en las relaciones de poder mundial, debido al surgimiento de nuevas potencias, que alcanzan protagonismo en el contexto de la tercera etapa de la Revolución Industrial. La producción en masa del conjunto del sistema imperial-capitalista, generaba una cantidad de productos y servicios significativamente mayor a la que podía ser absorbida por los mercados existentes y los precios bajaron en promedio un 40%, afectando con dureza los beneficios empresarios así como los índices de ocupación y los salarios. Lo cual revela su carácter de crisis de sobreproducción por carencia de demanda, derivada de la estrecha dimensión de los mercados a causa de la concentración de riquezas en los polos metropolitanos, sumada al despojo y la indigencia de las grandes mayorías sociales de la periferia. La acumulación de capitales provenientes de la expansión imperialista y del nuevo reparto del mundo -contracara de la Paz Armada entre 1871 y 1914- coincide con la formación de monopolios por acciones y un fortalecimiento del capital financiero: lo cual habilita un vuelco hacia la especulación de aquellos fondos que no encuentran oportunidades de inversión en la economía real; una especulación que hace estallar las principales bolsas del mundo entre 1890 y 1895. La crisis industrial y financiera afectó a la producción agraria y los principales países establecieron medidas proteccionistas, que irían cerrando una larga etapa de predominio del librecambio.
A su vez, la incorporación en la industria de maquinarias modernas que ahorraban tiempo de trabajo humano -siguiendo patrones de reconversión tecnológica salvaje, al desplazar trabajadores en vez de disminuir la jornada laboral- había ido generado en Europa, desde mediados del XIX, una inmensa masa de población sobrante cuya miseria les impedía transformarse en consumidores y será expulsada hacia las regiones de ultramar: ingleses e irlandeses principalmente a Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda; españoles, italianos y portugueses a Argentina o Brasil; además de la emigración vinculada con las persecuciones raciales o religiosas que se exacerban por la desocupación estructural, como rusos, polacos y más tarde armenios. Otros millones serán utilizados como carne de cañón en las guerras de conquista de nuevos territorios; y cabe recordar que en las zonas receptoras de esas migraciones se impulsaron genocidios de los pueblos originarios conocidos, entre otros, como conquista del oeste y conquista del desierto. (Hobsbawm, 1989; Birnie, 1965; Underwood, 1956)
En esa oportunidad, además de la expulsión o eliminación de población sobrante, la crisis fue remontada en un doble movimiento: por un lado, la incorporación a mayores niveles de consumo de las clases más humildes que permanecieron en las naciones centrales, junto a la construcción de viviendas sociales o de infraestructura y a la extensión de los sistemas educativos y de salud: es el ejemplo de la política en Alemania del Kaiser Guillermo II, quien tomará gran parte de las demandas del Partido Socialdemócrata. A partir de entonces, la Socialdemocracia se va deslizando desde sus posiciones revolucionarias orientadas por los pensadores marxistas de la época -Friedrich Engels, Rosa Luxemburg, Karl Liebnecht o Franz Mehring- hacia el evolucionismo de Eduard Bernstein y la aceptación de las conquistas coloniales. El otro movimiento simultáneo, fue la participación alemana en ese proceso de reparto del mundo: el mismo Guillermo II arenga a las tropas que en 1902 marchan a China hacia la Guerra de los Boxers, diciendo:”Compórtense de manera tal, que durante mil años ningún chino ose mirar a los ojos a un alemán”. La masacre de cinco millones de chinos en esa guerra, se suma a los otros millones de víctimas de la ocupación por parte de los demás centros imperiales -Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón- desde la Guerra del Opio de 1848 hasta el triunfo de Mao Tse Tung en 1949. Situaciones similares se plantean en las demás regiones de Asia, África y América Latina: en 1913 las metrópolis imperial-capitalistas expoliaban bajo formas coloniales o neocoloniales al 84% de la población mundial y a los recursos estratégicos de sus territorios. (Ramos, 1952; Arnault, 1960; Argumedo, 1971)
El saqueo de riquezas de todo tipo, sumado a una explotación brutal de los pobladores en las zonas periféricas, brindaron al sistema imperial-capitalista los recursos necesarios para revertir la crisis e iniciar esa breve etapa de la “belle époque”, hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Como señala Eric Hobsbawm, en realidad esta guerra sería expresión de una pugna entre Alemania y Estados Unidos, con el fin de establecer cuál de esas dos potencias habría de reemplazar el predominio de Inglaterra y Francia. Por su parte, luego de la restauración Meiji de 1868, Japón intentará construir la Gran Asia Oriental, como núcleo imperial dispuesto a subordinar a los países de la región. Al terminar la Primera Guerra, infructuosamente se intenta consolidar un nuevo diseño del equilibrio de poder, imponiendo una tregua malograda por la crisis de 1930. La contrapartida de sufrimiento y dolor, los genocidios y matanzas contra los pueblos de ultramar, que fueran la condición para expropiarlos -contando con aliados o cómplices nativos- pueden llenar varios tomos del libro del horror. Lo cual reafirma que el capitalismo fue siempre un sistema imperial-capitalista, cuyos centros rectores tuvieron al despojo y a la explotación de las periferias, como condiciones esenciales de los procesos de acumulación y concentración del capital: desde la fase de acumulación primitiva en el siglo XVI, con el oro y la plata americanos junto al tráfico de esclavos africanos, hasta la globalización neoliberal de fines del siglo XX. (Hobsbawm, 1995)
La crisis de los años treinta
Derrotada Alemania en la Primera Guerra, Gran Bretaña pretende mantener la libra esterlina como moneda de cambio internacional junto al oro y al dólar -en un intento de evitar su desplazamiento por Estados Unidos al finalizar de esa guerra- lo cual lleva a una sobrevaluación de la moneda inglesa, que afecta negativamente sus exportaciones. El creciente déficit de la balanza comercial debía compensarse pagando la diferencia en oro, especialmente a Estados Unidos; y en este país se acumula una importante masa de capitales que comienza a destinarse a la especulación. Desde 1920 va a ir creciendo una burbuja especulativa, inflada además por las nuevas posibilidades de saqueo de las potencias imperial-capitalistas occidentales en los territorios del Medio Oriente, que hasta la Primera Guerra estaban bajo el Imperio Otomano. Irán, Irak, Siria o Arabia Saudita detentaban las mayores reservas de hidrocarburos en el mundo y el apropiarse de esas reservas en momentos de expansión de la industria automotriz -y de otras industrias relacionadas con ese insumo como las químicas o petroquímicas- les brinda beneficios extraordinarios, cuyos montos superan largamente las oportunidades de inversión en la economía real. A ello se suma la obtención de otras materias primas, como el caucho en el Congo Belga, en Brasil o en Perú -la denuncia de Joseph Conrad en su novela “El corazón de las tinieblas” da cuenta de las condiciones de esa obtención- con ganancias descomunales que en gran parte tampoco encuentran canales de inversión productiva y se vuelcan a la especulación. De este modo, la expoliación humana y material de las periferias, donde la demanda efectiva se reduce a una parte minoritaria y privilegiada de la población, facilita una vez más la separación del ciclo del capital financiero respecto de los ciclos del capital-productivo y el capital-mercancía, con un incremento desproporcionado y ficticio de la actividad especulativa. (Lavergne, 2008)
Convencidos de que la suba de las acciones respondía a las leyes de oferta y demanda, el gobierno y la Reserva Federal norteamericanos incentivaban tales actividades: la Reserva Federal prestaba dinero a los bancos a una tasa del 5% y éstos a su vez otorgaban créditos al 12% quedándose con la diferencia, en tanto quienes recibían los préstamos los invertían principalmente en acciones de la Bolsa. Nuevamente, la crisis de sobreproducción por carencia de demanda -a consecuencia de la concentración y polarización de la riqueza, con su contrapartida de exclusión y miseria de amplias capas de la población mundial- impulsa a los capitales hacia procesos ficticios de valorización financiera. En octubre de 1929, este boom especulativo estalla en Wall Street: al caer duramente la cotización de las acciones se inicia una depresión cuyos impactos se extienden por el mundo, salvo la Unión Soviética, por entonces replegada dentro de sus fronteras.
En esos años la producción industrial en Estados Unidos baja en un 50%; la producción de bienes de equipo en un 75% y la inversión global en un 55%. A ello se agregan numerosas quiebras de bancos en cadena, ante el hundimiento de los precios industriales y agrícolas y las consecuentes dificultades de los productores para afrontar sus deudas; además del acelerado aumento de las tasas de desempleo, que agudiza la retracción de la demanda. Durante la década del treinta la depresión se difunde a escala internacional dado el peso de la economía norteamericana, cuya producción industrial era equivalente al 45% del total en el campo imperial-capitalista. La disminución de sus importaciones y las de otros mercados centrales, afectó las exportaciones de numerosas naciones, iniciándose un proceso multiplicador negativo: la caída de las exportaciones golpea a la producción de cada una de esas naciones, con las consecuentes quiebras y el incremento de la desocupación que, a su vez, arrastra a otras industrias productoras de bienes de consumo cuya demanda baja; las nuevas quiebras generan un mayor desempleo, tanto en los centros metropolitanos como en las áreas coloniales y neocoloniales. Esta crisis de sobreproducción por carencia de demanda, se deriva una vez más de la aguda polarización de los ingresos -que lleva a los capitales a la búsqueda de beneficios mediante acciones especulativas, desligándose de todo vínculo con la producción real- al mantenerse por entonces el dominio de los centros imperiales sobre grandes espacios de la periferia, cuya población mayoritaria continúa condenada a la miseria e indigencia, además de la distribución regresiva del ingreso imperante en las sociedades centrales. (Galbraith, 1985; Niveau, 1985)
Las distintas potencias buscarán formas propias para superar la situación económica que las acosa. Entre otras, bajo la presidencia de Franklin Roosvelt, desde 1933 Estados Unidos retira gran parte de sus capitales invertidos en el extranjero y se inicia un plan para incrementar la demanda interna: el New Deal. Este proyecto crea el Estado de Bienestar e impone una fuerte participación pública en las inversiones; se fijan salarios mínimos y se aumentan los salarios reales, con una jornada laboral máxima de 40 horas semanales. A pesar que estas medidas permiten una recuperación en distintos sectores productivos, hasta la Segunda Guerra en 1939, no se había logrado recuperar el nivel de producción o empleo de 1929. Al igual que en otros países del Norte, la recuperación efectiva norteamericana se alcanza mediante la imposición de una economía de guerra: entre 1938 y 1945, el país crece en un 106%. Por su parte, luego de devaluar la libra, Gran Bretaña establece subsidios a la desocupación e impulsa la construcción de obras públicas para revertir el desempleo en el país; pero además impone la política de “preferencia imperial” en sus colonias, a las cuales obliga a comprar productos ingleses como el modo más eficaz de recuperación de la dinámica económica. También Japón buscará superar la grave situación utilizando estrategias de dominio colonial, traducidas en la ocupación de Corea o Manchuria y en sus ambiciones de ampliar la subordinación de China, aprovechando la debilidad y las dificultades que afronta el gobierno, ante la oposición revolucionaria liderada por Mao Tse Tung: el PBI de Japón crece en un 76% entre 1930 y 1940, gracias a la explotación colonial y a la economía de guerra que le permite ejercer ese predominio.(Underwood,1956;Dobb,1972;Tiedman,1965; Lavergne, 2008)
A pesar de haber integrado la Entente triunfante en la Primera Guerra, Italia se ve desplazada por Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que ignoran sus pretensiones de adquirir colonias con el propósito de recuperar el crecimiento industrial y participar como protagonista entre las principales naciones del mundo. La situación económica y social italiana se había deteriorado en el transcurso de la guerra y durante 1921-1922 se producen insurrecciones obreras en Turín, encabezadas por el Partido Comunista Italiano, entre cuyos dirigentes destaca Antonio Gramsci. Pero las frustraciones de la guerra asimismo habían favorecido, desde 1919, al movimiento fascista liderado por Benito Mussolini: en 1922 -al mismo tiempo que las turbulencias obreras en Turín- este movimiento, estructurado a partir de la coordinación de grupos de choque, los fascios, lanza una movilización de masas: la Marcha sobre Roma, que demuestra su gran poder de convocatoria. El rey Víctor Manuel II lo designa Primer Ministro para formar gabinete y en 1925 gana las elecciones con el 65% de los votos, instaurando el Nuevo Estado Corporativo hasta su derrota en 1945. Al principio, la política económica fue dejada en manos de los grandes empresarios, mientras el Estado controlaba a los sindicatos utilizando una sistemática represión. Pero al detonar la crisis comienza una intervención creciente del sector público en las decisiones económicas y, a partir de 1933, la influencia de Hitler sobre el líder fascista se traducirá en la reorientación de su política global, definiendo a la producción armamentista como motor del conjunto de la industria y de la actividad económica: también a Italia la economía de guerra le permite revertir la crisis. (Tannenbaun; 1975)
Las duras condiciones impuestas a Alemania por el Tratado de Versailles en 1919, la obligaban a pagar cuantiosos montos en concepto de reparación a sus vencedores y a ello se une la destrucción de gran parte de la industria, con cuellos de botella en infraestructura y energía: esta situación desata una inflación descontrolada, afectando el ingreso de los trabajadores y de la mayoría de la población. El malestar social se agrava y en ese contexto se había producido el levantamiento de los espartaquistas, fracción disidente del Partido Socialdemócrata liderada por Rosa Luxemburgo y Carlos Liebnecht, que ocupa las calles de Berlín y obliga al gobierno de Friedrich Ebert -también socialdemócrata- a trasladarse a la ciudad de Weimar. Luego de la derrota del levantamiento y del asesinato de sus principales referentes, las medidas del gobierno favorecen la concentración de la riqueza en favor de los grupos industrial-financieros consolidados antes de la guerra, al tiempo que las actividades especulativas se ven facilitadas por la inflación. En 1923 se desata un fenómeno hiperinflacionario, que recién en 1926 podrá revertirse mediante una sobrevaluación del marco frente al oro, junto a la afluencia de empréstitos y capitales financieros norteamericanos. Pero el débil equilibrio alcanzado vuelve a romperse con la crisis del treinta, que golpea a Alemania por dos razones principales: el retiro de capitales o empréstitos de Estados Unidos y la necesidad de devaluar su moneda por medio de una deflación. Esto último se tradujo en una rebaja de los salarios mucho mayor que la de los precios promedio, nutriendo en gran parte de los habitantes sentimientos de rencor, humillación e impotencia. Así, entre 1919 y 1933 la situación económica y social fue desgastando el consenso del Partido Socialdemócrata al afectar negativamente a los trabajadores, sus principales bases de apoyo.
En ese contexto, desde 1919 Adolf Hitler participaba en grupos políticos anticomunistas y antisemitas, criticando la debilidad y la ineficiencia de la democracia parlamentaria para recuperar el honor y el poder de Alemania. En 1920 se integra a un partido nacionalista de derecha -más tarde el Partido Nacional Socialista Alemán- cuyos postulados planteaban, entre otros aspectos, el repudio al Tratado de Versailles; el fortalecimiento de la raza aria, garantizando la pureza de sangre; y el rechazo a la ciudadanía alemana de los judíos: si bien la población de este origen no superaba el 1%, en Berlín y en las principales ciudades pertenecían a las clases altas o medias, además de figurar entre los financistas prusianos más importantes. Con estas concepciones, en 1923 Hitler intenta un golpe de Estado; fracasa y es encarcelado hasta 1925, mientras el partido se prohíbe en todo el país. Al salir de la cárcel, Alemania se encuentra en plena hiperinflación: el deterioro económico-social termina de debilitar a los socialdemócratas y su figura crece convocando a recuperar la grandeza mancillada. Cuando en 1933 es designado Canciller, promueve una economía de guerra, basada en la intervención del Estado en el control de precios y salarios, lucha contra la desocupación y fuertes subvenciones a los grupos industriales, además de la participación y orientación pública en la producción industrial y armamentista, que logra marcados éxitos: luego de una caída del PBI del 15% entre 1929 y 1933, la Alemania nazi alcanza un crecimiento del 51% desde 1933 a 1939; en 1933 el desempleo afectaba a seis millones de trabajadores, a fines de 1934 se había reducido a poco más de dos millones. Superadas las situaciones críticas de desempleo, establece un tope a los salarios, suprime los sindicatos e impone un racionamiento que, desde 1936, permiten destinar el grueso de los esfuerzos a la estrategia de expansión militar. Al mismo tiempo profundiza las acciones represivas, dispuesto a desarticular las fuerzas políticas o sindicales que pretendieran oponerse y acentúa la persecución antisemita.
La presencia alemana en Europa se acrecienta por su alianza con Mussolini en Italia y el apoyo al levantamiento de Francisco Franco contra el gobierno republicano, que inicia la guerra civil en España. Cuenta además con las simpatías de Antonio Oliveira de Salazar, quien desde 1932 ha implantado una dictadura en Portugal. Hacia 1938 Alemania se convierte una vez más en un poder económico y militar de primer orden y reivindica el concepto de lebensraum del Kaiser Guillermo II: ese derecho de las razas superiores a apropiarse de territorios habitados por razas inferiores, como el espacio vital requerido para desplegar en ellos la civilización. En esos mismos años Japón ha iniciado su política expansionista sobre el continente asiático, como parte de su estrategia de crear en esa zona la “Gran Asia Oriental” bajo el dominio del Imperio del Sol Naciente. De este modo, las secuelas de la Primera Guerra como expresión de un cambio en el equilibrio del poder internacional, se conjugan con las presiones que llevan a la crisis de 1930 en tanto manifestación de la ruptura final de ese equilibrio y preparan las condiciones para una nueva guerra: disputa entre los principales polos del sistema imperial-capitalista a fin de establecer quiénes habrán de ejercer la hegemonía, con el control de Europa y de las áreas periféricas. Lo nuevo es que esta guerra va a incluir a la Unión Soviética -enemigo por excelencia del imperial-capitalismo- junto a los aliados, contra el Eje nazi-fascista integrado principalmente por Alemania, Italia y Japón. La contradicción entre potencias por la supremacía vuelve a evidenciarse como un componente intrínseco de la dinámica del sistema imperial-capitalista, que condiciona y es condicionado por sus otras dos contradicciones fundamentales: la que opone a las clases y fracciones socioeconómicas en las naciones centrales y la que enfrenta a esas potencias -contando con aliados locales- contra las mayorías populares de las áreas periféricas. (Collotti, 1972; Steiner, 1969)
Las raíces de la actual crisis mundial
El resultado de la Segunda Guerra marca un punto de inflexión en la historia, con el fortalecimiento de Estados Unidos y la Unión Soviética como líderes de los respectivos polos, mientras las antiguas metrópolis coloniales -vencedoras o vencidas en el conflicto- se subordinan al predominio estadounidense, dentro del esquema bipolar del equilibrio de poder internacional. En ese contexto comienza a desplegarse la Revolución del Tercer Mundo: después de cuatro siglos de sometimiento, más de dos tercios de la humanidad participa en los procesos de descolonización, de liberación nacional y social, en las revoluciones y los gobiernos populares de Asia, África y América Latina. Con triunfos y derrotas, con aciertos y errores, el avance de los pueblos periféricos comienza a imponer límites a las posibilidades del imperial-capitalismo de continuar expoliando impunemente estas regiones. Los asesinatos de líderes, golpes militares, invasiones territoriales, guerras convencionales, masacres, fueron las respuestas estadounidenses y de los antiguos imperios en sus intentos por someter una vez más a estas áreas, durante el período comprendido entre el fin de la Segunda Guerra y los inicios de la década del setenta.
Al comenzar esa década, Estados Unidos y el bloque imperial-capitalista se encuentran acosados por un fuerte hostigamiento a pilares esenciales de su poderío, en términos económicos, financieros, militares, políticos y culturales. La devaluación del dólar ante las presiones francesas y la eliminación del respaldo en oro de esa moneda; la derrota en Vietnam; el incremento de los precios del petróleo decretado por la OPEP, en tanto la mayoría de los nuevos países independientes ha nacionalizado ese recurso; el encuentro de los No Alineados en Argelia, donde se propone un Nuevo Orden Económico Internacional y un Nuevo Orden Mundial de la Información y las Comunicaciones; se suman a otros acontecimientos no menos significativos. Ante esa situación, el gobierno de Richard Nixon, orientado por Henry Kissinger, inicia una estrategia de restauración conservadora con el objetivo de recomponer su primacía; estrategia continuada con distintos matices por la Comisión Trilateral y el proyecto neoliberal conservador de Ronald Reagan, basado en el Consenso de Washington. Utilizando una gama de políticas represivas, Estados Unidos consigue derrotar o neutralizar gran parte de las experiencias populares de la Revolución del Tercer Mundo: prácticamente, sólo consolidan su independencia China, Cuba y la India; cada una de estas naciones con trayectorias y características particulares. Las dictaduras militares con terrorismo de Estado en América Latina y África, fueron parte esencial de esa restauración que, además, contemplaba una alianza con China para enfrentar a la URSS: la etapa de Guerra Fría entre 1946 y 1958, había sido reemplazada por las políticas de deshielo, extendidas desde entonces hasta 1981; aunque la pugna bipolar persiste bajo otras formas.
Entre el triunfo de la revolución maoísta y los años setenta, el gigante asiático había conservado un bajo perfil: cerrada sobre sí misma, esa nación donde habita casi la cuarta parte de la población del mundo, se mantiene relativamente alejada de los grandes conflictos y, luego de su ruptura con la Unión Soviética en 1960, iniciaría un camino propio de construcción del socialismo. Pero hacia 1972 Mao Tse Tung formula la teoría del “tigre de papel”: con el designio de transformar a China en una potencia mundial, considera que las contradicciones del imperial-capitalismo lo llevarían a la destrucción -por eso el tigre era de papel- mientras a mediano plazo la URSS sería su más importante rival. Desde esta perspectiva, establece relaciones con Estados Unidos, ingresa en las Naciones Unidas y en 1978 -tras la muerte de Mao en 1976- se diseña la estrategia de Las Cuatro Modernizaciones: un plan destinado a superar el dramático atraso tecnológico chino ante los primeros indicios de las potencialidades de la Revolución Científico-Técnica, como condición para transformar a China en un polo de poder mundial. (Argumedo, 1985)
La crisis de 1973 produce una marcada recesión en las naciones centrales del imperial-capitalismo, poniendo fin al desarrollo económico basado en energía barata, dado el aumento de los precios del crudo -la revolución de Irán en 1979 los había hecho crecer hasta un 1500% en seis años- mientras la Unión Soviética alcanza un importante avance relativo como productora y exportadora de petróleo: desde 1975 el grueso de las inversiones e intercambios comerciales de Europa Occidental se realizaban con el bloque soviético y su presencia política y económica se afirma en distintas regiones del Tercer Mundo. Por su parte, los productores de crudo irán acumulando una inmensa masa de capitales y, ante la amenaza que supone la conformación de un núcleo de capital financiero fuera de su control, mediante presiones o prebendas los gobiernos occidentales impulsan un reciclaje de esos petrodólares, que son invertidos en sus bancos y empresas: es el fortalecimiento del capital financiero especulativo cuyo caída estamos presenciando. Dado que la recesión de Europa, Estados Unidos y Japón conlleva una escasa demanda de créditos, a partir de 1977 se ofrecen a bajo interés y en condiciones fraudulentas a las naciones de la periferia, en particular las de América Latina bajo dictaduras militares amigas. Desde entonces, el endeudamiento externo en condiciones leoninas será uno de los principales instrumentos del despojo de estas naciones.
Ante el fracaso de la Comisión Trilateral de Carter entre 1977 y 1981, al asumir el gobierno el presidente Ronald Reagan promueve un proyecto audaz y decididamente agresivo, dispuesto a recuperar la hegemonía absoluta de Estados Unidos. Cuenta para ello con el cuasi monopolio de las tecnologías y conocimientos de avanzada en el campo militar y civil, derivados de la Revolución Científico-Técnica, cuyo despliegue se acelera durante los ochenta cerrando el ciclo histórico de la Revolución Industrial. La solución de continuidad que imponen las potencialidades de este instrumental -similar a la distancia entre una máquina de escribir mecánica o eléctrica y computadoras con redes Internet- cuyo carácter invasor penetra en los diversos espacios de la actividad económico-social, otorga una enorme ventaja al imperial-capitalismo frente al bloque soviético: ventaja que intentará ser utilizada por Estados Unidos para destruir el imperio del mal. Luego de definir una nueva etapa de Guerra Fría -donde no se aceptan terceras posiciones- desde 1981 el esfuerzo norteamericano se centra en la instauración de una especial economía de guerra, con el lanzamiento de la llamada Tercera Guerra Mundial, bajo la forma de Guerra de las Galaxias. Las inversiones en el campo militar-espacial adquieren desde entonces una magnitud sin precedentes y serán uno de los motores esenciales para superar la retracción de las economías centrales. A fin de atraer los capitales flotantes a nivel internacional, la Reserva Federal incrementa las tasas de interés. Su consecuencia inmediata será el inicio del calvario de la deuda externa en los países periféricos, conminados a aceptar las presiones del FMI y el Banco Mundial, que actúan como bombas de succión de sus recursos públicos y sociales para satisfacer la demanda norteamericana. (Argumedo, 1987)
Los descomunales fondos destinados a la producción armamentista-espacial, dinamizan las economías desarrolladas del imperial-capitalismo y grandes flujos de capital son absorbidos por Estados Unidos, que en 1985 pasa a ser el principal deudor del mundo, después de décadas de haber cumplido el papel del acreedor más importante. En el campo civil, el proyecto se complementa con una drástica reorientación de la política económica: el keynesianismo imperante desde la posguerra, es desplazado por las ideas neoliberales. Si para Keynes el crecimiento económico dependía de la Demanda Agregada (Inversión más Consumo) y en consecuencia el pleno empleo y los salarios reales relativamente altos -tanto los ingresos de bolsillo como los brindados en forma indirecta por el Estado de Bienestar- cumplían un papel central, el neoliberalismo pone el acento en la Oferta: en la capacidad empresaria de brindar productos y servicios al menor costo posible. En esta teoría, los salarios se consideran un costo de producción y, en consecuencia, cuanto más bajos mejor. Al conjugarse esta visión económica con el dominio de tecnologías que ahorran tiempo de trabajo humano en un promedio de 75% respecto de las de la Revolución Industrial, se promueve un proceso de reconversión tecnológica salvaje -similar al impulsado en el XIX bajo la visión del liberalismo manchesteriano, antecesor del neoliberalismo moderno- generando un incremento acelerado del desempleo, la precarización laboral, la pobreza y la indigencia, con matices en cada país: el resultado es una gigantesca masa de población sobrante, como contracara de la polarización y la concentración de los ingresos a nivel mundial. Entre 1980 y 1989 el PBI per cápita crece en Estados Unidos un 24%; pero también ha crecido el despojo de África y América Latina: la clave de la “década perdida” en nuestro continente se encuentra, entre otros aspectos, en el tratamiento de la deuda externa y las garantías para la especulación financiera que brindaron los distintos Estados nacionales. Durante la Conferencia Episcopal realizada en México en los primeros años del noventa, los obispos latinoamericanos denunciaron que entre 1980 y 1990 América Latina pagó sólo en concepto de intereses 418.000 millones de dólares, por una deuda original de 80.000 millones (a un valor del dólar varias veces más alto que el actual). (Lavergne, 2008)
La carrera armamentista y espacial de la Guerra de las Galaxias obliga a la Unión Soviética a destinarle cada vez mayores recursos, en un intento por superar el dramático retraso tecnológico frente al bloque occidental. Porque la ventaja que suponía ser productora y exportadora de petróleo en los años setenta, se transforma en un Talón de Aquiles a partir de los ochenta: a diferencia de Japón, Europa Occidental y Estados Unidos, que al ser afectados por los precios del crudo promueven la Revolución Científico-Técnica, la URSS se estanca con tecnologías tradicionales, muy inferiores en sus capacidades. A ello su suma otro costoso gasto militar, al tener desplegado el Ejército Rojo en Europa Oriental y en la frontera con China, además de la guerra en Afganistán, que se ha ido convirtiendo en su Vietnam. La decisiva reorientación de fondos hacia el campo militar-espacial redunda en un descenso de las condiciones de vida de la población, además de agudizar las distorsiones burocráticas y la corrupción que arrastraba el régimen. Estados Unidos no alcanza la confiabilidad necesaria para iniciar un ataque demoledor sin riesgos de un contraataque de similar magnitud -como demuestra la explosión del cohete Challenger en 1986- y en 1987 se inician acuerdos de paz entre Reagan y Mijail Gorbachov. Pero las críticas condiciones del bloque soviético se han tornado irreversibles: la Perestroika y la Glasnost impulsadas por el Primer Ministro, permitieron hacer más evidente el malestar reinante, iniciándose un proceso acelerado de desintegración. A mediados de 1989 Gorbachov elimina la Doctrina Breznev -que legitimaba la presencia del Ejército Rojo en aquellos países donde los disturbios hicieran peligrar el orden soviético, como en Hungría o Checoeslovaquia- favoreciendo las demandas de soberanía, democracia y libertad en Europa Oriental: el proceso culmina en noviembre con la caída del Muro de Berlín, la declaración de independencia de las naciones del Este europeo y poco después la desarticulación de la Unión Soviética. (Hobsbawm, 1995; Argumedo, 1993)
Con la derrota del bloque socialista en esta Tercera Guerra Mundial, la euforia reinante en Occidente -el fin de la historia, el triunfo de las democracias liberales y las economías neoliberales, la descalificación de los sujetos colectivos, el individualismo egoísta como esencia de los seres humanos- legitiman las estrategias de globalización neoliberal, exacerbando la concentración de la riqueza en manos de los poderosos y el crecimiento de la pobreza y la indigencia: si en 1992 el 20% más rico de la población mundial concentraba el 82% de los ingresos, en los años siguientes la polarización se agudiza. Pero esa minoría privilegiada de los habitantes del planeta constituye un mercado excesivamente reducido, frente al salto cualitativo en la productividad y en la oferta de productos o servicios de los tradicionales y nuevos centros económicos, como India y China. En ese marco, al compás del aumento de la pobreza, una considerable masa de capitales que no encuentra oportunidades de inversión en la economía real -y tampoco es demandado ya en las mismas proporciones, por el sector militar-espacial estadounidense- se canaliza hacia las regiones periféricas, decididos a apropiarse de los recursos más valiosos y las empresas o servicios públicos rentables de estos países; y en una proporción aún mayor se vuelca, también en ellos, hacia una especulación sin precedentes. Facilitada por las comunicaciones en tiempo real, la especulación recorre las naciones del mundo durante las 24 horas del día, en tanto las diferencias horarias son aprovechadas para acelerar la circulación del capital financiero. A ello se agrega, como un factor fundamental, la habilitación de Estados Unidos para imprimir billetes dólares y diversos tipos de papeles sin ningún control ni respaldo efectivo.
Durante más de quince años, la economía mundial crece sobre la base ficticia de una valorización financiera basada en papeles pintados, que carecen de respaldo: si el valor de la economía real medida por el PBI mundial, rondaba en 2007 los 60 billones de dólares (millones de millones), el volumen de las transacciones financieras multiplica varias veces ese valor: hacia 1983 el monto total de activos financieros disponibles era equivalente al producto mundial; pero se calcula que hasta fines del 2007 habían crecido en un 1.800%. La resistencia de Estados Unidos a aceptar su decadencia como centro rector económico, financiero y militar indiscutido del sistema imperial-capitalista, se traduce en una gigantesca deuda, debido al abultado y persistente déficit fiscal y de la balanza de pagos. A comienzos del 2008, la suma de su deuda pública y externa superaba los 21 billones de dólares -casi dos veces el PBI de 13 billones- sin contar con la cuantiosa deuda privada de la población que, en promedio, alcanzaba el 121% de sus ingresos. Los bonos del Tesoro -cuyo valor se supone respaldado por la economía norteamericana- son adquiridos principalmente por la Unión Europea, Japón y otros países asiáticos menores, mientras China los utiliza para mantener sus exportaciones y consolidar un desarrollo industrial con tecnologías de avanzada provistas por Occidente y Japón. (Amin, 2008; Ramonet, 2008, Lavergne, 2008)
La presencia de China como un poderoso polo emergente va a modificar el equilibrio de las relaciones de poder mundial. Desde los años ochenta este país alcanza un acelerado desarrollo industrial, incorporando conocimientos y tecnologías de punta, gracias a las condiciones que le permite imponer la irresistible dimensión de su mercado en las zonas acotadas de modernización piloto. Mientras la Unión Soviética y Estados Unidos se desangraban en la Guerra de las Galaxias, China se dedicó a actualizar su atraso en la Revolución Científico-Técnica y sienta las bases de un desarrollo autónomo en este campo. Su agresiva actividad exportadora, con una política de bajos precios en toda la cadena de valor mediante subsidios ocultos, a lo cual se suma la atracción de sus voluminosas importaciones, le permiten desde inicios de los noventa ubicarse en el tercer lugar entre las economías más grandes del mundo. A partir de 1993/94 también India alcanza un crecimiento económico de gran dinamismo, apoyado principalmente en una ampliación del mercado interno, mediante la incorporación paulatina de fracciones de su población a patrones de bienestar y consumo típico de clases medias. El desarrollo industrial se acompaña de la promoción de investigaciones científico-técnicas y, entre otros aspectos, su producción cinematográfica es más importante que la de Holywood, aunque casi no se conozca en América Latina. Esta civilización milenaria está haciendo realidad esa frase del Pandit Nehru, al poco tiempo de lograr la independencia: ”Somos una nación demasiado pobre como para darnos el lujo de no hacer grandes inversiones en educación, desarrollo científico y cultura”
Frente al estallido de la crisis mundial y la posibilidad de una restricción severa de los mercados externos, China ha promovido un Plan B, que contempla reorientar su producción hacia el mercado interno, de modo similar al modelo hindú: en octubre de 2008, una reforma agraria permite a ochocientos millones de campesinos la venta o alquiler de las parcelas que detentaban en las economías de autosuficiencia. Esto significa que esa cantidad de población contará con determinados ingresos como para transformarse en consumidores, además de la dinamización económica vinculada con la construcción de fábricas, viviendas e incluso ciudades destinadas a su incorporación productiva. Estrategias diseñadas para el mediano y largo plazo, que contrastan con el inmediatismo de las concepciones dominantes en el Occidente central y las irracionales medidas que, hasta el momento, se están implementando en los intentos de frenar la debacle. Si estamos ante una crisis de sobreproducción por carencia de demanda, la clave es una redistribución en gran escala de la riqueza y no el aporte de gigantescos fondos a los principales bancos y corporaciones responsables del colapso, además de permitirles una política de salvataje basada en despidos en masa que, obviamente -ante la pérdida del trabajo o el peligro de ser desplazado- redunda en una caída adicional de la demanda, potenciando el efecto multiplicador negativo típico de las grandes crisis anteriores: la OIT y las Naciones Unidas estiman que, en este camino, la crisis puede producir un incremento de la desocupación a nivel mundial que sume entre 30 y 50 millones de personas a los desempleados existentes en el 2007. Tal situación redundaría en un proceso por el cual unos 200 millones de seres humanos, en especial en las naciones periféricas, se agregarían a quienes ya sufren condiciones de pobreza extrema. En síntesis, se está reiterando el intento de superar la crisis utilizando gasolina para apagar el fuego. (Cardoso, 2008; Cufré, 2008)
Uno de los primeros indicios de este colapso fue la quiebra de Enron Corporation hacia diciembre del 2001: una pequeña empresa de gas en Texas que en poco más de quince años se convierte en la séptima entre las mayores corporaciones de Estados Unidos, dedicada a la distribución de gas y electricidad, a la construcción y operación de plantas de energía, oleoductos y similares en todo el mundo; y más tarde al mercado de comunicaciones junto al manejo de inversiones de riesgo y seguros en general. Entre 1996 y 2000, la revista Fortune la designó cada año como la empresa norteamericana más innovadora, a pesar de los rumores sobre el pago de sobornos para conseguir contratos en América Central, América del Sur, África, Filipinas y la India: hasta su bancarrota, recibía ganancias anuales que superaban los cien mil millones de dólares y la estafa a los inversores, ahorristas y fondos de pensión que hasta entonces compraban sus acciones, alcanza inmensas dimensiones. Haciendo caso omiso de estos anuncios, la especulación en las Bolsas, los paraísos fiscales, el lavado de narcodólares y otros capitales sucios o negros, junto a las apuestas en los precios a futuro de commodities o petróleo continuarían durante un tiempo más. La implosión transparenta esa descomunal farsa: se calcula que los valores reales de las acciones y los diversos papeles pintados -incluido el billete dólar- son varias veces menores que los vigentes hasta septiembre del 2008: sus altos ejecutivos admiten que, en pocos meses, los activos del Citigroup se redujeron al 10%. (Muchnik, 2008)
Una vez más el mundo enfrenta una crisis de sobreproducción por carencia de demanda, derivada de una extrema concentración y polarización de los ingresos y como expresión de un cambio en el equilibrio de poder mundial. La crisis muestra con contundencia el surgimiento de un esquema multipolar, que desplaza la supuesta hegemonía absoluta de Estados Unidos y evidencia la farsa del mundo unipolar posterior a la derrota del bloque soviético. En la arena internacional, junto a la declinación norteamericana, China se consolida como uno de los principales polos de poder; además de los interrogantes abiertos sobre el protagonismo futuro de la Unión Europea, India y Rusia. Otros interrogantes plantea el complejo mundo islámico -donde se ubica el grueso de las reservas petroleras mundiales- signado por un rechazo cada vez más agresivo hacia la presencia de Occidente y tasas de crecimiento demográfico que revierten en migraciones hacia las áreas centrales, siendo uno de los componentes principales de los nuevos bárbaros que acosan a Europa. El continente africano, desgarrado a causa de conflictos étnicos promovidos por corporaciones que disputan el control de sus recursos más valiosos, alcanza cifras alarmantes de hambre, indigencia, desempleo, mortalidad y propagación incontrolada de enfermedades como el HIV: un escándalo moral que interpela a la conciencia de la humanidad toda. En un intento desesperado por sobrevivir, también miles de africanos negros acosan las fronteras europeas, como otro componente de los nuevos bárbaros.
La globalización neoliberal ha exacerbado la polarización y concentración de la riqueza; y se calcula que en los primeros años del siglo XXI, la población sobrante para esa lógica económica y financiera ronda los 2.500 millones de personas en el mundo. En tanto se trata de una crisis de sobreproducción por carencia de demanda -que ha puesto fin a la posibilidad de valorización financiera a través de una especulación desmedida- su superación solamente podrá lograrse si efectivamente se redistribuye la riqueza en gran escala. En los escenarios del presente, la posibilidad de remontar una vez más la debacle de las potencias imperial-capitalistas a través del saqueo y la explotación de las periferias, se ha restringido significativamente: no podemos imaginar a la canciller alemana Angela Merkel arengando a sus tropas con el propósito de conquistar territorios chinos, al estilo del Kaiser Guillermo II en los inicios del siglo XX. Lo cual no elimina la amenaza de eventuales intentos norteamericanos por evitar su decadencia, capaces de utilizar armas de destrucción masiva -guerras atómicas, bacteriológicas y químicas- o sus tradicionales agresiones por medio de golpes de Estado; promoción de guerras civiles para derrocar gobiernos insumisos; invasiones territoriales u otras modalidades de desestabilización política y social. Dada la estructura multipolar del mundo y las capacidades militares de cada uno de los polos, tales intentos de recomposición hegemónica estadounidense -en particular luego de la derrota en la guerra de Irak y la necesidad de retirarse de ese país, antes de que también a Barack Obama le tiren zapatos- sólo pueden orientarse en la actualidad hacia África, las áreas musulmanas y América Latina.
El carácter civilizatorio de las decisiones se vincula, entre otros aspectos, con esa faceta de las tecnologías de avanzada que requiere un 75% menos de tiempo de trabajo humano, para el grueso de las tareas en las diferentes áreas de actividad económica y social. La filial de Ford en Argentina es un ejemplo ilustrativo, al haber seguido una orientación exactamente inversa a la del fundador Henry Ford. El promotor del fordismo fundamentaba las ventajas de pagar altos salarios a sus obreros, de modo tal que pudieran comprar los autos que fabricaban. Hace pocos años, el gerente de la filial argentina declaraba con orgullo que, gracias a los robots estaban produciendo ahora con dos mil quinientas personas, más de lo que producían en los setenta con doce mil trabajadores: lo que se denomina reconversión tecnológica salvaje. El tema es que los robots no se cansan, no se enferman, no paran para comer o dormir, no hacen huelgas; pero tampoco compran automóviles. Expandido a todas las áreas industriales, los servicios, las comunicaciones, las finanzas, las cargas portuarias, el sector rural y las más diversas áreas de actividad -dado su carácter invasor- la reconversión salvaje se acelera en los últimos veinte años. (Solanas, 2004)
Este proceso genera al mismo tiempo un salto cualitativo en la producción, en la eficiencia y en la productividad, junto a un desplazamiento masivo de trabajadores, condenados al desempleo, la precarización laboral, la miseria y la exclusión. El mismo proceso da lugar, de este modo, a una suba exponencial de la oferta y una disminución relativa, también exponencial, de la demanda: tal defasaje va nutriendo una crisis de sobreproducción por carencia de demanda; porque esa inmensa cantidad de posibles consumidores han sido convertidos en población sobrante para la lógica del sistema: no le sirven ni como mano de obra barata, porque son reemplazados por instrumental automatizado; ni como integrantes de un mercado para sus productos y servicios, dados sus niveles de pobreza o indigencia. En esta dinámica irracional y devastadora para miles de millones de seres humanos, se acumulan capitales que, al no encontrar nichos de inversión en la economía real, orientan sus actividades a la especulación. Cabe remarcar que una fuente importante de beneficios extraordinarios -gran parte de los cuales participaban de la especulación en los países centrales- continuó siendo el saqueo de América Latina a través de la deuda externa o las privatizaciones fraudulentas, además de las actividades especulativas garantizadas por los Estados de los distintos países: si el comportamiento delictivo de esos capitales llevó al derrumbe de Wall Street y de las economías centrales, no hace falta demasiada perspicacia para imaginar el carácter de sus actividades en nuestro continente. En la misma dinámica, el que un financista como Bernard Madoff pudiera armar un desfalco de alcance internacional por 50.000 millones de dólares -que afectó incluso a Steven Spilberg o Pedro Almodóvar- permite preguntarse cuántos Madoff pasaron por estas tierras. Una razón de peso adicional para revisar la legitimidad de la deuda externa y las privatizaciones en América Latina; porque no debe permitirse al imperial-capitalismo que, una vez más, pretenda imponer a los países periféricos el pago de los altos costos de esta crisis.
Muchas veces hemos reiterado que la disminución del tiempo de trabajo humano vinculada con las tecnologías de avanzada, no supone necesariamente desplazamiento de personas: la otra alternativa es una disminución de la jornada laboral, conservando al conjunto de los trabajadores. Esta última opción se impuso como respuesta a la crisis del treinta y más decididamente en los llamados “treinta años de oro” del capitalismo y el socialismo entre 1945 y l973, cuando la jornada laboral bajó masivamente desde las 72 horas semanales de principios del siglo XX a cuarenta horas: un descenso del 45%, que coincidió con los más altos y sostenidos índices de crecimiento de la economía internacional. Si los caminos de recuperación de la crisis pretenden mantener los mismos patrones de reconversión tecnológica salvaje, con sus secuelas de desocupación, precarización laboral, miseria y hambrunas -incrementando día a día la población sobrante- todo indica un resultado catastrófico, tanto en términos socioeconómicos como en lo referido a la sustentabilidad ecológica del planeta: las sociedades no serán vivibles ni aun para las minorías privilegiadas. Porque la condición para llevar adelante tales orientaciones requiere de una ola de masacres y genocidios a fin de eliminar a unos dos mil quinientos millones de seres humanos -el equivalente al doble de los habitantes que hoy pueblan el continente americano desde Alaska hasta Tierra del Fuego- ya que esa población sobrante, hambrienta y desesperada, se vuelve peligrosa al engrosar las filas de los nuevos bárbaros. Aun cuando el 20% o el 30% de los ricos del mundo lograran consumar tal genocidio, quedaría en pie una disputa por mercados restringidos y por la hegemonía entre las potencias rivales, cuyo resultado ineludible sería una Cuarta y tal vez última Guerra Mundial. Es una señal de alarma ante la repetición de las fórmulas de superación de los grandes colapsos económico-financieros del sistema imperial capitalista, que impusieron economías de guerra en los principales países como modo principal de revertir las debacles que los acosaron a fines del XIX e inicios del XX y en los años treinta. También la Guerra de las Galaxias impulsada por Reagan fue el modo de salir de las condiciones creadas por la crisis de 1973, en una huída hacia delante que sólo conseguiría postergar y potenciar una debacle aún más grave, lanzando agresivamente sus estrategias de restauración conservadora.
En otra de las grandes paradojas de la historia, las mismas tecnologías y conocimientos de avanzada, incorporados inteligentemente en articulación con los saberes sociales y culturales -a partir de valores solidarios y de un fuerte contenido humanista- permiten construir sociedades de bienestar, con jornadas laborales que ronden las veinte horas semanales y niveles de ingreso dignos para el conjunto de los habitantes. Al bajar sensiblemente el trabajo necesario se crea, además, la posibilidad de un inédito despliegue de las capacidades creativas de la especie y de relaciones armónicas de los seres humanos entre sí y con la naturaleza. Esta opción solamente puede implementarse por medio de empresas sociales y empresas públicas de nuevo tipo, sean nacionales o latinoamericanas, en el marco de novedosos paradigmas de organización socio-económica como respuesta a la edad de la historia que se abre: al no estar regidas por objetivos excluyentes de lucro y acumulación de beneficios, este tipo de empresas pueden incorporar tecnologías que ahorren tiempo de trabajo disminuyendo la jornada, sin desplazar trabajadores. En las formas más modernas de organización de los procesos de trabajo, como los círculos de calidad articulados horizontalmente en equipos de tareas basados en la cooperación y el intercambio de opiniones, el costo empresario -ganancia de inversores y salarios de ejecutivos- se ha vuelto anacrónico y parasitario: la experiencia de las empresas recuperadas en Argentina es elocuente. Dada su lógica intrínseca, el imperial-capitalismo está incapacitado para promover una orientación de tales características: el sistema ha implosionado al ser víctima de su propia dinámica y estamos presenciando el fin de la restauración conservadora iniciada en los años setenta; lo cual no elimina su peligrosidad, porque los imperios antes de caer suelen mostrar los rostros más aberrantes. Estas alternativas polares ante un mundo en peligro de extinción, marcan la magnitud del desafío histórico que afronta Nuestra América. (Argumedo, 2000; Amin, 2003, 2008)
Buenos Aires, diciembre 2008
Notas bibliográficas
Amin, Samir: 2003. Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no norteamericano
(Buenos Aires. Paidós).
Amin, Samir: 2008. ¿Debacle financiera o crisis sistémica? Propuestas ilusorias y respuestas
necesarias. Informe Introductorio. (Caracas. Foro Mundial de las Alternativas).
Argumedo, Alcira:1971. El Tercer Mundo: historia, problemas y perspectivas. (Buenos Aires.
Centro Editor de América Latina. Colección Transformaciones)
Argumedo, Alcira: 1985. Los laberintos de la crisis. América Latina: poder transnacional
y comunicaciones. (Buenos Aires. Ediciones Folios/Ilet )
Argumedo, Alcira: 1987. Un horizonte sin certezas. América Latina ante la Revolución
Científico-Técnica. (Buenos Aires. Puntosur)
Argumedo, Alcira: 2000. “El imperio del conocimiento” en Encrucijadas UBA. Revista de la
Universidad de Buenos Aires, Año Uno, Número Dos, diciembre 2000.
Arnault, Jacques: 1960. Historia del colonialismo (Buenos Aires. Editorial Futuro)
Birnie, Arthur: 1965. Historia Económica de Europa 1760-1939. (Barcelona. Editorial Luis
Miracle).
Cardoso, Oscar: 2008. “Sin reflejos para abordar la profundidad de la crisis” en Clarín,
31/01/09. (Buenos Aires)
Collotti, Enzo: 1972. La Alemania nazi. (Madrid, Alianza Editorial)
Cufré, David:”¿Argentina se contagia?” en Página12, 1/02/09 (Buenos Aires)
Dobb, Maurice: 1972. Estudios sobre el desarrollo del capitalismo (México. Siglo XXI
Editores
Galbraith, John K: 1985. El Crack del 29 (Barcelona. Ediciones Ariel)
Hobsbawm, Eric: 1989. La Era del Imperio (1875-1914) (Barcelona. Editorial Labor)
Hobsbawm, Eric: 1995. Historia del siglo XX: 1914-1991. (Barcelona. Crítica/Grijalbo
Mondadori)
Lavergne, Néstor: 2008. Características del escenario de post-transición en América Latina.
(Buenos Aires. Mimeo)
Muchnik, Daniel: 2008. “Los lugares comunes de la tormenta financiera global” en Clarín,
25/10/08. (Buenos Aires)
Niveau, Maurice: 1985. Historia de los hechos económicos contemporáneos (Barcelona.
Ediciones Ariel)
Ramonet, Ignacio: 2008. “La crisis del siglo” en Actuwa (www.monde-diplomatique.es)
Ramos Oliveira, Antonio: 1952. Historia social y política de Alemania (1800-1950)
(México. Breviarios del Fondo de Cultura Económica)
Solanas, Fernando: 2006. Argentina latente. (Buenos Aires. DVD)
Steiner, Marlis: 1969. Hitler (Buenos Aires. Javier Vergara Editor)
Tannenbaun, Edward: 1975. La experiencia fascista: sociedad y cultura en Italia (1922-
1945) (Madrid. Editorial Alianza)
Tiedman, Arthur: 1965. Breve historia del Japón moderno. (Buenos Aires. El Ateneo)
Underwood Faulkner, Harold: 1956. Historia Económica de los Estados Unidos.
(Buenos Aires. Editorial Nova)
ALCIRA ARGUMEDO
viernes, 5 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario